jueves, 4 de agosto de 2011

¿Entre acostarme con Bayly o matar a mi vieja?

Por Julio Meza Díaz

No sé si lo que sigue es conocido por todos: publicar en las llamadas “editoriales jóvenes” cuesta, y a veces cuesta mucho. A mí me costó 1850 dólares publicar mi novela, Solo un punto[1], mediante una de esas editoriales. Confieso que no fue un buen negocio; y que, en términos económicos, hubiera sido mejor comprarme un par de Ticos de segundo o tercer uso e iniciar un negocio de taxis. Yo hubiera manejado uno de los carros, y el otro lo alquilaba a puerta abierta[2].

He estudiado Derecho, y, paradójicamente, gracias a mi carrera he podido escribir. Y no digo esto por lo que quizás algunos piensan: que de cuando en cuando gano dinero con el Derecho y, con mis ahorros, me encierro durante una temporada a ejercer mi vocación literaria. No. Eso no existe. Cuando ingresas a la maquinaria del Derecho solo vives para él y por él. El resto es secundario, y se podría decir que dentro de lo secundario la literatura pasa al más ínfimo nivel. El Derecho me ha ayudado a escribir porque, en todas las oficinas en las que he estado, mis jefes (y ahora amigos) han sido tan amables que siempre me han regalado tiempo para lo mío. Es decir, yo he recibido sueldos no solo por tinterillo, sino también por escribidor.

El año 2010, sin embargo, no tenía un empleo y mi situación económica era precaria. Para terminar de pagar los 1850 dólares me había prestado dinero de amigos y enemigos, y todos ellos empezaban a estrechar lazos y formar una asociación con un único fin de lucro: cobrarme en metálico o, por lo menos, en biológico. (Y esto no es broma: porque uno de mis acreedores tenía una abuelita que estaba enferma y, en una ocasión, deslizo la idea de que podía pagarle en sangre contante y sonante[3]).

Mi esperanza era la venta de mi novela. 25 soles por 500 ejemplares daba como resultado una cifra con la que podía cumplir con mis deberes. Pero dura es la realidad, más dura que el granito o la cabeza de un fujimorista. De esos 25 soles, 19% va a las arcas del estado, 40% a las de la librería, y no recuerdo cuanto a las de la editorial. Para mí era un mínimo por ciento que no me sirvió más que para realizar un acto que pretendió inútilmente blindar mi autoestima. Les compré caramelos a casi una docena de esos jóvenes que suben a las combis con una historia patética y su mercadería dulzona. “Por lo menos no estoy tan mal como ellos”, pensaba, pero un amigo economista me devolvió al suelo con un ladrillazo en la nuca. Luego de hacer unas tablas, me dijo: “cualquiera de esos jóvenes podría pagar tu débito en unos 5 meses aproximadamente”. De inmediato me miró a los ojos como quien ve tierra desde una Carabela, y añadió: “¿Y si te dedicas a eso?”.

Mi situación era desesperada. Por suerte tenía un pequeño trabajo con un profesor de Derecho, Carlos Ramos; de modo que con ello podía pagarme mis gastos diarios. Lo demás siempre ha sido una amabilidad de mis padres. Tengo 30 años, y aún vivo con ellos y como en su mesa y duermo en su casa. ¿Alguna soltera, divorciada o viuda de la clase alta limeña quiere casarse conmigo?[4]

 Ante semejante contexto, un amigo me recomendó que diera ejemplares de mi novela a todo crítico, escritor, periodista u advenedizo que tuviera alguna vinculación con la literatura. “Quizás”, me dijo, “alguien te publica gratis tu novela en una segunda edición y así ganas algo de dinero”. Lo miré sorprendido por su optimismo, y mi amigo añadió: “Mira, Julito, lo último que se pierde es la esperanza. Yo pensé que mi abuelita moriría, pero parece que con tu sangre su estado de salud ha mejorado”. Lo volví a mirar sorprendido. Pensé en su abuela, en el humus, en un árbol frondoso, en la limpieza de la atmósfera; y pude respirar tranquilo.

Seguí el consejo de mi amigo. Antes de publicar mi novela, algunos profesores y artistas me habían ayudado. Entre ellos, Carlos Gatti, Eduardo Huarag, Eduardo Hopkings, Carlos Ramos y José Javier Castro. Luego de obsequiar ejemplares de la novela, otros nombres se sumaron a ellos: Ricardo González Vigil, Alexis Iparraguirre, Elton Honores, Wilfredo Ardito, Daniel F., Daniel Salvo, Carlos Saldívar, Carlos Morales y etc., etc. Y no tengo motivo para negarlo: todos han sido muy amables, y algunos se han vuelto mis amigos, aun con las dificultades que ello implica; es decir, mis despistes, mi sentido del humor socarrón y a ratos perverso, y mi dificultad para dejar de ver el mundo desde un cristal maniqueo (a mi favor puedo decir que he venido trabajando duramente en la superación de este terrible defecto).

Es cierto, mi situación cambió para mejor; me sentí acompañado, y ser pobre y acompañado es casi como no ser pobre. Y lo digo y no en el sentido idealista: a más amigos, más posibilidades de pagar tus débitos (y de tener más acreedores, por supuesto).

De pronto, pese a que no fueron muchos los aplausos, un bichito bobo me picó: la vanidad. Entonces, me dije: “Si no consigo dinero, por lo menos saldré en los periódicos”. Y eso procuré, pero a los pocos días regresé en picada al barro: no es difícil salir en los periódicos si has escrito una novela regular; pero jamás tendrás la atención completa de los periodistas limeños si antes de publicar no te acuestas con Jaime Bayly o matas a tu madre a cuchilladas. Confieso que cuando me percaté de esto reflexioné sobre mi identidad de género y observé a mi linda madre con ojos aviesos.

No pasó mucho y concluí que solo los tontos creen que la literatura es una disciplina guiada por la vanidad. Si quieren alimentar su vanidad, gozar de una vida de dandis, acumular poder y dejar su huella en la historia, pues dedíquense al Derecho. Solo en este ámbito ocurren verdaderas maravillas: se le dice “doctor” a quien ni siquiera tiene estudios de maestría; se puede trabajar defendiendo a una minera y llevar con su propia plata una vida de lujos imposibles; se hace y deshace mediante leyes compradas por lobbies; y se da ejemplo de vida entregando décadas de teoría a la defensa de los principios del derecho, pero ejerciendo en la práctica como empleado del sátrapa de turno.

¿Qué ganas en el Perú con la literatura como máximo? Pues una cátedra en EEUU o la Unión Europea, que incluye muchas veces el desarraigo y el desorden melancólico de la familia.

Soy consciente que ninguna ley me ha obligado a escribir, que nadie me obligó a publicar y contraer deudas, que mis libros no cambiarán el mundo ni se venderán como cocaína los sábados por la noche, que no podría mantener un hijo si lo tuviera, que aunque no bebo ni fumo la gente cree estúpidamente que soy un vicioso porque escribo, que quizás nunca pueda escribir la obra que ronda con ferocidad en mis sueños. Sin embargo, hay algo de lo que estoy orgulloso: yo no doy de comer a los psicólogos, pseudo filósofos, adictos a las flores de bach, profesores del sexo tántrico, maestros del yoga contra estrés, vendedores de biblias y demás charlatanes que rodean con sus analgésicos el centro empresarial del importante distrito limeño de San Isidro. No. Yo tengo un sentido de vida: el ejercicio mismo de la literatura; ejercicio que, quizás, despierte el mismo sentido en otros. Si tú también gozas de este sentido o de otros igual de nutrientes, pues alégrate. Dispones de un verdadero lujo en este chato mundo del hedonismo.

La literatura no paga. Pero la vida sí. A fines del 2010 gané un premio de poesía que venía con una recompensa económica. Un familiar me dijo: “el dinero que te han dado lo gana un empresario en un par de horas”. Lo miré como quien mira a una piedra, porque él era una piedra. El dinero me alcanzó para pagar mis débitos y para salir de viaje por el sur del Perú y llegar hasta Bolivia.

Hace pocos días he terminado un nuevo libro.


[1] Editorial Mesa Redonda, 2010.
[2] En Lima, el alquiler “a puerta abierta” consiste en dar a un chofer el uso para taxi de un vehículo a cambio de 50 ó 60 soles diarios. El chofer debe presentarse una vez al día donde el propietario para hacer el pago correspondiente y dar a conocer el estado en que se encuentra el vehículo. Algunos propietarios alquilan su vehículo a dos choferes diferentes, dividiendo el día en dos turnos.
[3] Por supuesto, yo le dije que sí. Me sacaron la sangre y a los pocos días me enteré de que las personas que han sufrido de hepatitis no pueden donar ni fluidos ni órganos. Estimado amigo, estoy seguro de que no fue por mi culpa que murió tu abuelita. En todo caso, ella era creyente y Dios ahora la tiene en su gloria.
[4] Lo siento, Pamelita de mi vida, pero te juro que solo me casaré con la opción más añeja. De modo que caducará pronto, y los dos gozaremos de una abultada herencia. No por gusto dicen por ahí que gallina vieja da buen caldo.

4 comentarios:

  1. que buen post! me encanto me he reído mucho, lo escribes con tanta gracia y tienes mucha razón en todo lo que dices, pero a fin de cuentas sólo se escribe por el mismo placer de escribir, lo demás viene sólo. aunque el ego siempre estará ahí presente...

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Silvia, por tus palabras.

    Pronto subiré un nuevo post titulado: "Soy escritor, pero no bebo, no fumo ni me drogo. (Y para colmo hago ejercicios). Discúlpenme, por favor".

    Saludos,

    Julio Meza Díaz.

    ResponderEliminar
  3. Instrucciones para ser publicado por una editorial:

    - Compra "El guardian en el centeno". Fírmalo usando el nombre de Holden Caufield. Encuentra a Bayly a la salida de su chamba. Entrégale el libro. Saca tu pistola calibre 38. Mata a Bayly. Luego busca a su madre. Enamórala.

    - Identifica una minoría étnica, racial, sexual, neuro-atípica o epigenética, de la que nadie se haya ocupado antes. Usando "Harry Potter y la piedra filosofal" como modelo, describe el drama universal humano a través del desarraigo particular. Hazte la lipo, ve al gimnasio, péinate con gomina, vístete por completo de negro. Estrecha la mano del gerente de la editorial con firmeza.

    - Estudia literatura en San Marcos o La católica. Sigue un post-grado en La Sorbona. Construye una obra crítica durante treinta años. Describe las líneas convergentes de la literatura universal, extrapola tendencias, declara su muerte hacia fines de este siglo. Échate gasolina en la azotea tu casa, inmólate; deja tres poemas sin terminar entre los papeles de tu oficina. En el más allá, mata al fantasma de Jaime Bayly. Enamora a su madre.

    ResponderEliminar
  4. Tu post me ha deprimido como mierda. Escribir es un cosa, publicar otra muy distinta. No te obsesiones por publicar, no tiene tanta importancia. Puedes escribir gratis todo lo que quieras. O, mejor aún, sólo leer. Es lo único que realmente importa.

    ResponderEliminar