viernes, 6 de julio de 2012

¿Entre Miguel Gutiérrez e Iván Thays? (Al respecto de ciertos prejuicios en la escena literaria peruana)


Por Julio Meza Díaz

En los últimos años la escena literaria peruana pareciera atravesada por numerosos prejuicios que, luego de caer sobre un autor, han impedido no solo el disfrute de su obra, sino también el análisis y difusión. Si la labor de la crítica consiste en la formulación y reformulación del canon, también debe detenerse en los sucesos extraliterarios que han confundido a algunos lectores. En el presente artículo se analiza el estigma que se cierne sobre Miguel Gutiérrez y su producción literaria, se recoge las declaraciones de Iván Thays y otros escritores, y se propone dejar atrás la agresividad que circunda nuestras letras.     

Miguel Gutiérrez: la violencia, el tiempo, los cambios
Existe un grupo de escritores que se ha dedicado a silenciar la obra de Miguel Gutiérrez. Le señalan una y otra vez el vínculo que tuvo con causas nefastas de nuestro pasado político reciente. El problema está en que han ignorado los cambios de Gutiérrez y han fomentando así el malentendido.
En nuestra opinión Gutiérrez cometió un error al elogiar a Abimael Guzmán en su ensayo La generación del 50: un mundo dividido.[1] Sin embargo, no podemos negar que, con el tiempo, Gutiérrez ha optado por revisar su mirada política y estética, aunque sin abandonar “su ley social”.[2] En el prólogo a la segunda edición de su ensayo declara que este es, “sin duda, un libro controversial, de escritura vehemente, algunos de cuyos planteamientos de tipo político han sido desmentidos de manera implacable por la realidad”.[3] Además, acusa a Guzmán de haber desarrollado “una política autoritaria, hostil (casi de desprecio) a los intelectuales, línea política que se resumía en una cita de Engels, sacada por lo demás fuera de contexto, según la cual "los intelectuales conformaban un montón colosal de basura"”.[4] Y añade también:

“Hay, por supuesto, muchas otras críticas que se deberían hacer, pero yo terminaré refiriéndome a la caída de Abimael Guzmán, pues era una figura que por el papel que desempeñó dentro y fuera del Partido ya no se pertenecía a sí mismo sino a la causa popular que, creo entender, debe estar por encima de jefes y líderes. Sé que se han dado diversas razones para explicar y justificar la forma en que cayó el líder de SL, entre éstas la que más trascendió al público general sostiene que Guzmán decidió preservar su vida para evitar la descomposición o desaparición del Partido, pero este razonamiento se basa, como dije líneas arriba, en una concepción errada, ya que implica una suerte de consubstanciación casi mística entre Guzmán y el Partido. Recuerdo que mientras veía por la televisión las incidencias de la caída del "Presidente Gonzalo", acudieron en tropel a mi mente sucesos, escenas e imágenes sobre el altísimo costo que significó para el pueblo peruano y los propios combatientes el desarrollo de la guerra. Entonces recordé la primera visita que hice a un familiar en El Frontón. A la entrada del pabellón de los prisioneros de guerra había un enorme cartel, en el que se leía esta cita de Mao: "Quien se atreva a ser cortado en mil pedazos podrá desmontar al emperador", y como lo fui sabiendo, no se trataba de una frase retórica o demagógica, pues no pocos militantes murieron de esa manera, literalmente, pero ahora el "Presidente Gonzalo", según veo por televisión las incidencias de su apresamiento, ha olvidado la vieja sentencia maoísta”.[5]

No compartimos la perspectiva a partir de la cual Miguel Gutiérrez observa la realidad. Pero en una democracia lo peligroso es que todos piensen del mismo modo. La generación del 50: un mundo dividido fue escrito desde una visión parcial[6] (lo que es válido para cualquier texto) y su autor ha enriquecido con el tiempo las herramientas que emplea para su análisis, tal como se puede apreciar en las citas anteriores. En este sentido subscribimos las palabras del crítico Javier Ágreda al respecto de las partes más cuestionadas del ensayo de Gutiérrez: “Hoy cuesta entender sus fuertes cuestionamientos a Quijano y su entusiasmo ante la inteligencia, voluntad y "coherencia" de Guzmán. A pesar de los problemas que estas páginas le han originado, Gutiérrez ha preferido mantenerlas en esta nueva edición (salvo un par de adjetivos, nos dice en el prólogo), lo que es una muestra de su honestidad intelectual y respeto a un texto que representa, más que nada, un testimonio del tipo de debates y posturas de nuestros intelectuales frente a una de las peores crisis vividas en la historia del Perú”.[7]
En el terreno político, entonces, carece de exactitud imputarle a Miguel Gutiérrez, de forma velada o explícita, vínculos con Abimael Guzmán. No se debe olvidar que la realidad siempre es más compleja que las etiquetas reduccionistas, las cuales también pueden recaer sobre una producción literaria.
A mediados de la década del 90 Gutiérrez publicó Celebración de la novela,[8] libro que circula entre el ensayo, la autobiografía, la ficción y el elogio. Gutiérrez reflexiona sobre los clásicos del XIX, el Ulises de Joyce y la obra de Beckett, cuenta sus experiencias durante la escritura de La violencia del tiempo[9] y se somete a una auto-entrevista. La pasión por la novela es la línea que cohesiona al texto.
En Celebración de la novela Gutiérrez va más allá de los esquemas aplicados en La generación del 50: un mundo dividido. Exhibe desconfianza en el realismo socialista, pues concluye que este tipo de ficción “no era realismo sino idealismo, en la medida en que presenta a los sujetos, los acontecimientos y las cosas no como son sino como debieran ser. Se trata, pues, de una estética del “deber ser” y supeditada a criterios morales y de utilidad revolucionaria de la obra artística”.[10] A esto Gutiérrez le suma una apuesta por la novela como ámbito de libertad:

“La novela no sólo es incompatible con el socialismo, sino que surgió como oposición y resistencia a los valores degradados del capitalismo. En realidad, la novela (y ahora más que nunca) surgió como defensa del yo, del individuo, de la autonomía de la persona contra todos los poderes que quisieron o aún quieren someterlo o aniquilarlo. No es lo mismo individuo que individualismo. Julián Sorel, por ejemplo, quiere afirmarse como individuo mediante el amor dentro de una sociedad regida por leyes que se lo impiden. Esta lucha por afirmarse le costará la vida”.[11]

Y concluye:

“Por eso creo, como dije en otra ocasión, cada vez más que la novela debe “convertirse en reducto, en un espacio de resistencia a la crueldad, la locura y la estupidez humana”, sea cual sea el sistema social en que se manifiesten. Si se es fiel a estos principios, a este espíritu, la novela puede tener muchas posibilidades de desarrollo, tanto con la invención de historias, como con las búsquedas de estilos sustentadas en la ligazón con la vida, como también mediante la exploración y descubrimiento de territorios de la realidad, de la mente y de las formas, ya que, específicamente, y esto también ya lo he dicho, en el caso de la novela peruana considero que hay temas y variedades novelísticas aún insuficientemente explorados”.[12]

Así, como sucede con su enfoque político, no es exacto calificar de maniquea la poética de Gutiérrez. Hacerlo implica no haber leído su obra con el debido cuidado. Aunque sus preocupaciones sociales siguen intactas, en el ejercicio de la escritura novelística ha tomado el camino de la desideologización, optando por la variedad temática y formal, cosa que se puede apreciar en sus libros posteriores a La violencia del tiempo, como en Babel, el paraíso,[13] en el que no existen referentes geográficos o en Poderes secretos,[14] que linda entre el ensayo y la ficción.

“Letrifundio”
Este neologismo, que resulta de la unión de las palabras “letras” y “latifundio”, es empleado en el libro Poesía en rock[15] para describir cómo algunos escritores se vinculaban con el ambiente literario de Lima hasta hace pocos años.
Escrito a cuatro manos, por Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo, Poesía en rock narra la historia de los grupos poéticos peruanos que aparecieron entre 1966 y 1991. Como una suerte de larga entrevista, se les cede la voz a algunos miembros de Estación reunida, Hora Zero, La sagrada familia y Kloaka. Yrigoyen y Torres Rotondo limitan su presencia a los pies de página y escriben los textos de prólogo y colofón. En el primero señalan que el encuentro entre Martín Adán y Ginsberg significó una inflexión en la poesía de nuestro país, la cual dejaría atrás sus referentes españoles y peruanos de la primera mitad del siglo XX para profundizar en la oralidad de los anglosajones. En la nota final hacen un recuento de lo sucedido desde inicios de los 90 hasta las postrimerías del 2000. Estas son las páginas que dan cuenta de aquellos escritores para los cuales, durante más de una década, “el espacio literario era su chacra, o mejor aún, su letrifundio”.[16]

“Durante el fujimorato un círculo de escritores, vinculados a las multinacionales, con amplios poderes mediáticos y unidos por cierta visión conservadora de la sociedad, ejerció un dominio público incontestable, opacando a los demás bandos por medio de una selectiva segregación basada en el más descarado amiguismo y en la extracción de clase. La izquierda maoísta, representada por los viejos escritores del grupo Narración, regresó con obras mayores pero fue incapaz de cualquier internacionalización. Esta situación dio como resultado que se formara un bando de izquierda alternativa, no partidarizada y de discurso más bien progresista, cuyo poder se basa en sólidas y eficientes conexiones al medio académico americano. El inevitable enfrentamiento entre la derecha mediática y la izquierda académica ocurriría a mediados de la presente década a través de diversas escaramuzas en la prensa escrita, en las cuales el macartismo, el clasismo y hasta el racismo se hicieron presentes, explícita y solapadamente; la literatura peruana ofreció de esta manera uno de los espectáculos más repugnantes que podamos encontrar en sus registros”.[17]

Mientras se revisa los ejemplares de la revista Somos y el suplemento El Dominical, ambos del diario El Comercio, se comprueba que la literatura peruana viva parecía estar encarnada en menos de diez narradores y poetas, los cuales, de cuando en cuando, sometían a sus otros colegas a la invisibilización y, en algunas circunstancias, el agravio implícito. Estos escritores se ensañaron principalmente contra Miguel Gutiérrez.
Aquí un ejemplo.
El año 2001, el Fondo de Cultura Económica publicó El mundo sin Xóchilt[18] de Miguel Gutiérrez. En sus casi 600 páginas, esta novela narra la historia de amor de los hermanos gemelos Wenceslao y Xóchilt. En El Dominical la reseñaron.  
En una columna de no más de 300 palabras, Víctor Coral, luego de una descripción, señaló: “Un detalle. Fastidia la presencia en la novela de algunos errores gramaticales concernientes a la coordinación de tiempos verbales. Los casos más flagrantes son los que consignan los segundos párrafos de las páginas 166 y 184”.[19]
Dos semanas después Miguel Gutiérrez responde con una carta dirigida al director de El Dominical, Alonso Cueto: “Amigo Cueto: En la página 3 de la edición del 14 de octubre de El Dominical se publica una reseña sobre mi novela El Mundo sin Xóchitl con el título “La destrucción o el amor””.[20] Gutiérrez se refiere al detalle indicado por Coral y agrega: “Dado el tono general de la nota y por el prestigio de que goza El Comercio, estas temerarias aseveraciones prevalecerán en la memoria del lector cada vez que se aluda a mi novela”.[21] Luego explica las razones por las cuales no existen los errores que ha acusado Coral, y sostiene: “La perfidia y la fatuidad de que hacen gala ciertos críticos y reseñadores antes que irritarme me divierte, mas si a esto se suma la perniciosa ignorancia que tanto puede afectar al lector, entonces ya no puedo permanecer indiferente. Por eso me he visto obligado a emprender la desagradable tarea de escribir esta carta”.[22]
Alonso Cueto guarda silencio y Coral termina el intercambio con un descargo: “Tanto el señalar los errores como el elogiar la novela en su conjunto, fueron hechos con la sinceridad y el respeto que faltan en su carta al referirse a una supuesta perfidia, fatuidad e ignorancia. La crítica habla de problemas de coordinación de tiempos verbales, no de problemas con el número (singular y plural)”.[23]
No es inadecuado indicar las erratas de un libro. Sin embargo, en lo tocante a la novela de Gutiérrez, confluyen tres elementos que tornan el comentario de Coral en significativo.
1. En una novela de casi 600 páginas como El mundo sin Xóchilt es comprensible que haya algunas erratas, porque muchas veces, pese a la voluntad del autor, estas se filtran y terminan en la impresión final. Se puede poner como ejemplo el mismo texto que se ha citado de Víctor Coral. Es una columna de solo 300 palabras; sin embargo, cuando trata de resumir la novela de Gutiérrez, Coral escribe: “El contrapun0to entre el gran fresco sobre la sociedad piurana de la época y la historia secreta, en cierto modo esotérica, del amor entre dos hermanos púberes, es llevado con pericia y naturalidad a lo largo de toda la obra”.[24] Según la Real Academia Española (RAE), “contrapun0to” es una palabra que no existe. Al parecer Víctor Coral quiso escribir “contrapunto” y no “contrapun0to”.
2. Si bien Marco Aurelio Denegri es un crítico que, desde hace décadas, ha venido realizando comentarios pormenorizados a la corrección de la gramática y el léxico de los libros de ficción; en El Dominical no ha habido esta costumbre entre lo reseñadores que publicaban a inicios del 2000. Mencionaremos dos ejemplos, ambos escritos por Diego Otero. En la edición del 27 de mayo de 2001 Otero comenta la primera novela de Gustavo Rodríguez, La furia de Aquiles.[25] Dice sobre ella: “Una prosa ligera e hipnotizante, que asimila las lecciones de concisión y rusticidad de Carver y compañía, pero que, al mismo tiempo, y quizás paradójicamente, no deja de alimentarse de la efímera voluptuosidad de nuestras calles: el chiste instantáneo, el juego de palabras, el doble sentido. Un libro recomendable: verdadera y sencilla diversión”.[26] Dejando a un lado el hecho de si se está de acuerdo o no con la apreciación de Otero, lo que sorprende es que, en ningún momento, se hace mención a las erratas de la obra de Rodríguez. Otro caso es el de la novela Shiki Nagaoka: una nariz de ficción,[27] de Mario Bellatin. La novela no pasa de 100 páginas; sin embargo, en el texto final, que no pertenece a Bellatin, sino a Rynosuke Akutagawa, las erratas son abundantes. Quizás esto no se le pueda responsabilizar a Bellatin, sino más bien a la editorial. No obstante, Otero no lo menciona.[28]
3. En El dominical de inicios de la década del 2000, Víctor Coral no volvió a hacer un comentario semejante al dedicado a El mundo sin Xóchilt.

Vanidad de vanidades
Iván Thays es un escritor que ha acumulado, como pocos, una enorme cantidad de declaraciones y artículos que dan seña del derrotero que ha seguido su visión de la literatura, su proyecto estético y la estima que guarda hacia su propia obra. Thays forma parte de los escritores del “letrifundio” y es quien más juicios ha emitido sobre Miguel Gutiérrez.
En su artículo de fines del 90, La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última,[29] Thays reclama para sí ser leído “ateniéndose en primer término a lo literario y estético”,[30] pues sostiene:

“Cuando el talento literario disminuye, empieza a hablarse del talento filosófico o de ideas. Cuando también éste escasea, empieza a hablarse del talento sociológico: es la escalera de descenso en literatura. Nadie se atrevería a hablar de las ideas o la filosofía que hay detrás de Stendhal, Flaubert, Tolstoi, Faulkner, Joyce, Nabokov, García Márquez, Onetti. En ellos sólo interesa la literatura, el relato, la historia, los personajes, la latencia de la prosa. En cambio, se habla de lo filosófico, de la inteligencia, de las grandes ideas representadas en las obras de Eco, Kundera, Sartre. Escritores menores, sin duda. Para terminar, cuando ni las ideas salvan al autor, empieza a hablarse de los aspectos sociológicos”.[31]

La de Thays es una postura a favor de lo literario. Es decir, de la literatura como un mundo interior independiente de cualquier contexto sociocultural. Empero, en el mismo artículo en el que expone esta idea, califica a otros autores bajo criterios extraliterarios (por ejemplo, por su potencial mercantil, su pertenencia social o su convicción ideológica). Cuando se refiere a la que para muchos fue la mejor novela peruana de los 90,[32] País de Jauja,[33] de Edgardo Rivera Martínez, señala: “la atención puesta a Rivera Martínez merece que su obra pruebe su talento en terrenos menos dóciles, como el mercado internacional del libro”.[34] Cuando menciona a Grecia Cáceres, escribe que en su novela, La espera posible,[35] “demuestra un gran aliento para contar una historia provinciana casi espectral, que ocurre en Huaraz”.[36] Y cuando se dedica a Miguel Gutiérrez, subraya su postura política:

“También tenemos a Miguel Gutiérrez. Después de haber sostenido, con frases sociologizantes y politiqueras en un desafortunado libro de ensayos La generación del `50: un mundo dividido, que sólo los escritores que estaban a favor de un cambio radical y mostraban coherencia entre el “ser” y el “pensar” podían ser bien considerados literariamente (e incluso de destacar a Abimael Guzmán como una inteligencia superior dentro de esa generación, además de paradigma de esa coherencia buscada), se dedicó a cumplir con su saldo literario.”

Quizás este sea el fragmento más analizable. Thays quiere ser leído solo de forma literaria y evita las lecturas desde otras ópticas. Sin embargo, para calificar a Gutiérrez y su obra, echa mano de elementos sociológicos y políticos. Esta fórmula la ha repetido a lo largo de los años, al parecer sin percatase de la fractura lógica.
En el artículo Un artefacto literario anacrónico,[37] dedicado a Gutiérrez, con motivo de la segunda edición de La generación del 50: un mundo dividido, Thays apunta: “Estos ensayos, que se inscriben en la doctrina marxista, están escritos, según propia confesión, por alguien que piensa que el mundo está dividido entre aquellos que defienden un viejo régimen burgués y aquellos que ven en “la lucha popular” (en el libro varias veces se alude a Sendero Luminoso y a Abimael Guzmán como paradigmas de esa lucha) la posibilidad de establecer un nuevo orden”.[38] Podría pensarse que Thays emplea una conjugación verbal en presente histórico. Sin embargo no es así y Thays juzga de nuevo a Gutiérrez por su pasado político (o lo subraya como una idea fuerza). Se debe recordar que este artículo fue publicado el 2008; es decir, doce años después de que Gutiérrez sacara a la luz Celebración de la novela, libro en el cual, como ya se ha descrito, el mismo Gutiérrez amplía su visión de la literatura, desideologizándola. Thays lo pasa por alto y menciona sobre la obra de Gutiérrez: “No todas las novelas son parte de un “mundo dividido” entre buenos y malos, o habría que decir específicamente entre el Bien y el Mal, como está dividido eclesiásticamente el mundo narrativo del propio Miguel Gutiérrez”.[39]
Al parecer Thays no se ha detenido en el prólogo a la segunda edición de La generación del 50: un mundo dividido. Como se ha subrayado líneas arriba, en dicho prólogo Gutiérrez no solo critica a Abimael Guzmán, sino también declara que su ensayo es, “sin duda, un libro controversial, de escritura vehemente, algunos de cuyos planteamientos de tipo político han sido desmentidos de manera implacable por la realidad”.[40] Es decir, tanto en términos políticos como literarios, el Miguel Gutiérrez de 1988 es muy diferente al de 2008. Sin embargo, Thays le pide coherencia:

“Si es cierto que “el ser determina la conciencia”, como dicta el marxismo, abruma ver hoy a Miguel Gutiérrez, el otrora luchador contra el “antiguo orden”, figurando en la página de sociales de El Comercio, acariciado por los críticos que él llamó “carlistas”, alabado en todas las páginas culturales que él calificó de “mafiosas”, y hasta publicado con gran felicidad suya por una editorial transnacional que él calificó siempre de “enemigas de clase” e imperialista; abruma en particular el contenido ideológico o las alabanzas a un grupo de asesinos que se escudaron bajo una supuesta “guerra popular” y que hacen de este libro un artefacto literario anacrónico”.[41]

Que Thays declare “abrumarse” porque Gutiérrez publica en la editorial Alfaguara o porque su obra es objeto de diversos estudios académicos, es semejante a “abrumarse” porque Mario Vargas Llosa en la década del 60 colaboró con el Frente de Liberación Nacional de Argelia (FLN), apoyó abiertamente a la Revolución Cubana y firmó un manifiesto de respaldo a la lucha armada en el Perú del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Para nosotros ninguna de las circunstancias anteriores debería sesgar la lectura y el disfrute de la obra de Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez. Definitivamente no compartimos sus opiniones (pasadas o actuales) sobre diversos temas, pero esto no nos empuja a relegarlos en términos literarios.
Ahora bien, es un hecho singular pedir coherencia cuando uno mismo no puede demostrarla. Thays transcurrió las décadas del 90 y 2000 reafirmando una postura literaria únicamente estética, la cual estaba basada en lo que, a su criterio, era la “autenticidad” del individuo:

“La literatura de cualquiera no es sino el producto individual, personal e intransferible de ese autor. Más allá de compartir rasgos de edad, país, sexo, religión, cultura, etc. con otros autores, lo importante es qué hay en ese individuo de interesante. La literatura peruana es una suma de individualidades que si es importante es sólo porque algunos autores lo son… Dicho de otro modo, la literatura auténtica no es apátrida ni cosmopolita sino individual, un mapamundi reconstruido por nuestros gustos, nuestras ideas, nuestras afinidades, nuestras almas gemelas, nuestros maestros que son como un sello de agua, un archivo de huellas digitales, algo personal que nos hace siempre diferentes a los demás, diferencia que es la única razón por la cual vale la pena escribir”.[42]

Es curiosa la creencia de Thays, sobre todo porque deja de lado la esencia dialógica de la literatura y, como señalara el filósofo Charles Taylor, de la vida misma. “Nos convertimos en agentes humanos plenos, capaces de comprendernos a nosotros mismos y por ello de definir una identidad, por medio de nuestra adquisición de ricos lenguajes de expresión humana”,[43] dice Taylor. “Se espera que desarrollemos en una medida considerable nuestra propias opiniones, puntos de vista y actitudes hacia las cosas mediante la reflexión solitaria. Pero no es así como funcionan las cosas en el caso de las cuestiones importantes, como la definición de nuestra identidad. Ésta queda definida siempre en diálogo y a veces en lucha, con las identidades que nuestros otros significativos quieren reconocer en nosotros”.[44]
Thays complementó su idea de “autenticidad” distanciándose de todo aquello que fuera un acto colectivo o implicara una reflexión social. Así, en una entrevista del año 2001, para la Revista Domingo del diario La República, ante la pregunta sobre cómo vio las movilizaciones de los jóvenes contra Fujimori y Montesinos, Thays responde: Estuvieron bien.

“No eran tu opción.
No. Ni hablar ni escribir artículos sobre eso.
¿Por qué?
Porque como ciudadano no tengo mucho que decir. Mi opción es votar y expresar así lo que pienso. Y enojarme con lo que pasa, no sé.
¿Pero por qué dejarles a otros la pelea contra la corrupción, la inmoralidad?
Porque cada uno tiene su opción. No es que yo haya dicho “déjenselos a otros”. Me parece bien que ellos lo hagan y también me parece bien si no lo hicieron. Para mí la palabra clave es individuo. El individuo decide con su conciencia qué es lo que tiene que hacer. Y yo decidí no participar”.[45]

Solo un año antes, para el mismo medio, Thays había explicado su formación académica:

“Yo no soy un intelectual. No investigo ni estudio antes de escribir. Se me paran los pelos ante este asunto. Un escritor debe tener una gran dosis de sabiduría para hallar en la metáfora una verdad y, de paso, contar con una gran cuota de ignorancia. Por eso, jamás me verán diciendo frases como las que pronuncia mi admirado Vargas Llosa”.[46]

Estas declaraciones han cumplido más de una década, y Thays ahora, en los últimos meses, se ha tornado en un escritor que, si bien no tiene una filiación política partidaria, ha empezado a preocuparse por cuestiones sociales. En su blog del diario El País, de España, ha criticado uno de las tantos textos economicistas del abogado Alfredo Bullard, quien es la cabeza visible del Análisis Económico del Derecho en nuestro país;[47] ha defendido a César Vallejo del ataque acometido por un neoliberal como Diego de la Torre y ha cargado contra del pragmatismo de la Marca Perú;[48] y, según sus propias palabras, ha sido capaz de poner “patas arriba el discurso hegemónico en torno a la cocina”,[49] entre otros temas.
Thays ha explicitado su cambio en una entrevista reciente para el diario Perú 21.

“Cuando escribí La disciplina de la vanidad tenía 30 años y me encantaba la metaliteratura, estaba obsesionado con los temas sobre escritores, pero luego la vida me mostró que lo metaliterario no era lo que yo había venido a escribir a este mundo. Estuvo bien cuando era joven, pero luego tuve ganas de escribir algo que portara un mensaje o que dijera algo sobre las cosas que pasan, pero no con un compromiso ideológico”.[50]

No cabe la menor duda de que otras son en la actualidad las preocupaciones de Iván Thays, a quien no se le debe juzgar por su cambio de perspectiva (ni por los contenidos de sus últimos textos). Reclamarle coherencia sería tan inapropiado como reclamarle a Miguel Gutiérrez, por ejemplo, el hecho de haber sido publicado por el Congreso del Perú o en la editorial Punto de Lectura. Y este reclamo sería doblemente inapropiado si analizamos nuestro contexto. En el Perú son poquísimas las verdaderas editoriales, publicar mediante una “editorial independiente” es costoso[51] y el libro digital aún no goza de popularidad; de modo que Miguel Gutiérrez tomaría una decisión desafortunada si dejara pasar oportunidades tan escasas.
La atención de Thays hacia Gutiérrez, sin embargo, tiene al parecer otros matices. En la entrevista para el diario Perú 21 Thays declara: “Yo soy totalmente honesto, si Un lugar llamado Oreja de Perro no hubiera sido escrito por mí sino por Miguel Gutiérrez, ahorita la gente estaría diciendo que esa es la gran novela del siglo XX”.[52] No se explica el porqué de la alusión a Gutiérrez, pues el periodista en ningún momento se refiere a él. Empero, Thays lo vuelve a mencionar: “Yo no soy un escritor vitalista, que escribe sobre  microbuseros. Mis mujeres son seres imposibles, hay un lirismo en sus vidas que no puede haber en las novelas de un escritor como Miguel Gutiérrez”.[53] Y continúa: “Lo que creo es que el escritor no puede hacer marketing de sí mismo, o sea, eso me parece desagradable, incómodo, que un escritor se marquetee a sí mismo y hable de sí mismo”.
¿A qué se debe esta actitud? Al parecer Thays le reclama a Gutiérrez bienes simbólicos. Cree que Gutiérrez está ocupando su lugar, que le ha quitado el entusiasmo de los críticos y la atención de las editoriales peruanas. Quizás para Thays lo mejor no sería que Gutiérrez muriera, sino que desapareciera del todo, como si él y su obra nunca hubieran existido.
Otra explicación para esta actitud, que puede complementarse con la anterior, quizás se encuentra en el prólogo a la segunda edición del libro de relatos de Thays, Las fotografías de Frances Farmer.[54]

“Cuando en 1992 salió publicado el libro en la editorial Pedernal, muchos vieron en él sólo unos relatos de “lenguaje”, sin argumento, unidos a experiencias tan estrambóticas para mí, y pasadas de moda en el mundo intelectual, como las del Tel-Qel o las del nouveau roman de Nathalie Sarraute… Para muchas personas, yo “escribía” bien, aunque no tenía la menor idea de lo que era un cuento, y hasta algún miembro de Narración me aconsejó un día, con la mejor disposición y buena voluntad del mundo, por cierto, que aprovechara que aún era joven, que olvidara que ese libro existía y que “cambiara de estética”.[55]
   
El grupo literario Narración tuvo entre sus integrantes más significativos a los escritores Oswaldo Reynoso y, coincidentemente, Miguel Gutiérrez.

A modo de conclusión
Los sucesos enumerados no deben fijar nuestra reflexión en un único individuo, sino dilatarla hasta abarcar la integridad del contexto. El proceder de Iván Thays con Gutiérrez ha sido el de cada uno de los miembros del “letrifundio”, quienes, dejando a un lado lo meramente literario, han agredido a diversos autores ajenos a su círculo. Varias son las causas de este hecho. Entre otras, la que sigue: durante las décadas del 70 y 80, el grupo Narración también juzgaba con modos semejantes a los que hemos detallado en este artículo. En cierta medida, el accionar del “letrifundio” ha sido una revancha contra lo realizado por Narración, y los de estos por lo que hicieron sus predecesores, y así podríamos recorrer buena parte del devenir de la literatura peruana.  
De otro lado, los dislates no son propiedad exclusiva de unos cuantos. Cualquier prosista o poeta puede resbalar en ellos. En una entrevista para el suplemento Variedades del diario El peruano Ricardo Sumalavia declara que ha leído a “muchos autores de otros países de América Latina antes que las novedades peruanas”.[56] Sin embargo, luego no solo compara nuestra literatura última con la de otros espacios (“la prosa y también la historia, claro, de un joven mexicano o argentino, por lo general, son más osadas que la de un peruano),[57] sino incluso la juzga (“en conjunto veo poco interés por explorar las posibilidades de la lengua y cómo éstas podrían aportar mucho más a sus universos narrativos”).[58] ¿Cómo se puede realizar la comparación y la crítica de algo que no se conoce? Ricardo Sumalavia tendría que explicarnos su método de análisis. 
Más atendibles son las palabras de Elton Honores o Mario Bellatin. Honores pide una apertura del mundo académico peruano, porque “si bien es importante y significativo que se mantengan los estudios sobre la narrativa andina… sería necesario ampliar el espectro de ficciones, registros y representaciones e imaginarios sobre nuestra realidad. En ese espectro caben tanto las ficciones andinas como las fantásticas, el género policial, la ciencia ficción, o incluso, el horror”.[59] Bellatin, a su vez, declara: “esperaba que, con la llegada de una nueva generación, las cosas cambiaran. Pero no. Se mantienen los mismos contenidos literarios y lo que hay alrededor de la literatura: la forma de hacer los libros y los odios espantosos gracias a blogs con un increíble grado de violencia”.[60]    
En Honores y Bellatin podemos encontrar, desde la crítica y la creación, el modo adecuado de problematizar y superar lo trazado por el canon oficial. No confunden sus pasiones personales con el aprecio estético hacia lo producido por los otros. Postulan sus opciones literarias sin confundir el diálogo con la agresión. Mientras no aprendamos de sus ejemplos, seguiremos creyendo que la literatura peruana es tal como la describió Iván Thays a fines de los 90; es decir, una literatura “más dada a la envidia, los rencores y las mezquindades cuando no al mandarinazgo o a la dictadura ética, social o política de algunos autores”.[61]





[1] GUTIÉRREZ, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Lima: Arteida, 2008, 335 p. Primera edición: 1988.  
[2] Revista Domingo del Diario La República, Lima, enero, 2000, Nº 85, pp. 29 y 30.
[3] GUTIÉRREZ, Miguel. Op. Cit. p. 24.
[4] Ibídem. p. 21.
[5] Ibídem. pp. 22 y 23.
[6] Ver la entrevista realizada por Lucho Zúñiga a Gutiérrez: http://www.youtube.com/watch?v=BdL5o4SA-xE
[8] GUTIÉRREZ, Miguel. Celebración de la novela. Lima: Peisa, 1996. 258 p.
[9] GUTIÉRREZ, Miguel. La violencia del tiempo. Lima: Punto de lectura, 2010, 1044 p. Primera edición: 1991.
[10] Op. Cit. p. 14.
[11] Ibídem. p. 231.
[12] Ibídem. p. 232.
[13] GUTIÉRREZ, Miguel. Lima: Jaime Campodónico, 1995, 93 p.
[14] GUTIÉRREZ, Miguel. Lima: Colmillo Blanco, 1993, 224 p.
[15] YRIGOYEN, José Carlos y TORRES ROTONDO, Carlos. Poesía en rock. Una historia oral. Perú 1966-1991. Lima: Ediciones Altazor, 2010, 326 p.
[16] Ibídem. p. 250.
[17] Ibídem, pp. 248 y 249.
[18] GUTIÉRREZ, Miguel. El mundo sin Xóchilt. Lima: Fondo de cultura económica, 2001, 585 p.
[19] CORAL, Víctor. La destrucción o el amor. En: El Dominical de El comercio, 14 de Octubre, 2001, p. 3.
[20] GUTIÉRREZ, Miguel. Carta de Miguel Gutiérrez. En: El Dominical de El comercio, 28 de Octubre, 2001. p. 3
[21] Ibídem.
[22] Ibídem.
[23] Ibídem.
[24] CORAL, Víctor. Op. Cit.
[25] RODRÍGUEZ, Gustavo. La furia de Aquiles. Lima: Alfaguara, 2001. 335 p.
[26] OTERO, Diego. Retrato de un don nadie adolescente. En: El Dominical de El comercio, 27 de mayo, 2001, p. 3.
[27] BELLATIN, Mario. Shiki Nagaoka: una nariz de ficción. Lima: Fondo Editorial PUCP, 2002, 92 p.
[28] OTERO, Diego. Documento de irrealidad. En: El Dominical de El comercio, 24 de noviembre, 2002, p. 7.
[29] THAYS, Iván. La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última. En: Vórtice. Lima, 1999, Nº 5, pp. 43-54.
[30] Ibídem. p. 50.
[31] Ibídem. p. 51.
[33] RIVERA MARTÍNEZ, Edgardo. Lima: La voz, 1993, 515 p.
[34] Op. Cit. p.46.
[35] CÁCERES, Grecia. Lima: El santo oficio, 1998, 210 p.
[36] THAYS, Iván. Op. Cit. p. 50.
[37] THAYS, Iván. Un artefacto literario anacrónico. En: El Dominical de El Comercio, 3 de agosto de 2008, pp. 4 y 5. 
[38] Ibídem. p. 4.
[39] Ibídem. p. 5.
[40] GUTIÉRREZ, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Lima: Arteida, 2008, p. 24.
[41] Op. Cit. p. 5.
[42] THAYS, Iván. La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última. En: Vórtice. Lima, 1999, Nº 5, pp. 53 y 54.
[43] CHARLES, TAYLOR, La ética de la autenticidad, España, Paidós, 1994. p. 68.
[44] Ibídem. p. 69
[45] MIRANDA, Óscar. Entrevista a Iván Thays. En: Revista Domingo de La República, 14 de enero de 2001, p. 40.
[46] GONZÁLEZ, Rosa. Secretos de autor. En: Revista Domingo de La República, 2 de julio de 2000, p. 26.
[50] CABRERA JUNCO, Jaime. Iván Thays: “No soy un escritor vitalista que escribe sobre microbuseros”. En: http://blogs.peru21.pe/leeporgusto/2012/01/ivan-thays-no-soy-un-escritor.html
[51] Ver nuestro texto: ¿Entre acostarme con Bayly o matar a mi vieja? En: http://quizaestoyequivocado.blogspot.com/2011/08/por-julio-meza-diaz-no-se-si-lo-que.html
[52] Op. Cit.
[53] Ibídem.
[54] THAYS, Iván. Las fotografías de Frances Farmer. Lima: Adobe editores, 2000, 127 p. En el mismo libro se indica que el prólogo fue escrito en marzo de 1997 y para la segunda edición.
[55] Ibídem. pp. 16 y 17.
[56] DONAYRE, José. “Mi lengua literaria es el español”. Ricardo Sumalavia en la dimensión de la memoria y la recreación. En: Revista Variedades del diario oficial El Peruano, 23 de abril de 2012, p. 6. 
[57] Ibídem.
[58] Ibídem.
[59] HONORES, Elton. Ortodoxos y heterodoxos: hacia un panorama de la narrativa fantástica peruana contemporánea (1980-2010) desde el sistema literario. En: Lo fantástico en Hispanoamérica. Elton Honores (Coordinador). Lima: Cuerpo de la metáfora editores, 2011, pp. 28 y 29.
[60] PLANAS, Enrique. Las advertencias del poeta ciego. Entrevista a Mario Bellatin. En: Luces de El comercio, 22 de junio de 2012.
[61] THAYS, Iván. La edad de la inocencia: acerca de la narrativa peruana última. En: Vórtice. Lima, 1999, Nº 5, p. 43.