lunes, 13 de junio de 2011

Palabras de presentación de Solo Un Punto

A inicios del mes de julio del año pasado, en el anfiteatro Armando Zolezzi, de la facultad de Derecho de la PUCP (anfiteatro que la facultad me prestó amablemente), organicé la única presentación que tuvo mi novela Solo Un Punto. Aunque invité a muchas personas (con un simpática tarjeta que parecía la invitación a un baby shower), pocas asistieron, quizá por falta de tiempo, desinterés o cualquier otro motivo. Ahora que ha pasado casi un año, copio las palabras que leí en aquel momento. 



Buenas noches a todos. Como señalé en la presentación de mi primer libro, yo me expreso mejor de forma escrita que de oral. De modo que he preparado este texto para leerlo frente a ustedes.

Primero, quiero confesar que, a veces, lamento que las palabras solo se puedan decir una detrás de otra. Ojalá se pudieran también decir varias a la vez, pues así se evitaría la sensación de estar jerarquizando. Les pongo un ejemplo para explicarme mejor. Lo común en la presentación de un libro es que el autor inicie su discurso así: “Quiero agradecer al excelentísimo supremo doctor Fulano De Tal. Quiero agradecer también al supremo doctor Fulano De Tal. Quiero agradecer además al doctor Fulano de Tal. Y, por último, quiero agradecer a los restantes Fulanos de Tal y, de pasada, al público”. Como han podido apreciar, cuando se usan esos tratos, se marca una jerarquía que, en lo personal, detesto. Pero dicha jerarquización no solo se da por los títulos académicos o logros deportivos o etc., etc., etc.; la jerarquización es empujada por el mismo lenguaje que, como ya he señalado, da esta única posibilidad: decir una palabra tras otra. De modo que, quizás pecando de mal agradecido, he empleado el azar para escribir la lista de las personas a las que quiero agradecer. Aquí van sus nombres.

Favio Meza Díaz, Maximiliana Catalán, Jessica Morales, Miguel Ángel Ruiz, Renán Meza Díaz, mis papás, Rosario Fantinato, Malvina, Carlos Ramos, José Javier Castro, Carlos Gatti, Frank Espinoza Lavado, Eduardo Hopkins, Eduardo Huarag, Mario Vargas Llosa, Bugs Bunny, Pablo Villanueva (Melcochita) y Susy Díaz.

Discúlpenme. Los últimos nombres se me colaron por error.

Y bueno, ahora que he terminado de mencionar los agradecimientos, paso a hablar de literatura, de mi libro y etc., etc., etc.

Debo confesar que no creo en aquello que se llamaba literatura pura o se llama ahora metaliteratura. Tampoco creo en la literatura social o realista. Para mí, no existe ninguna de ambas vertientes.

La literatura pura no existe, porque aquellos que supuestamente la practican en algún momento vivieron en sociedad, y es gracias a la experiencia de vida en sociedad que, como diría Pinker, desarrollaron el instinto del lenguaje. De modo que los autores de literatura pura o metaliteratura siempre han hecho, hacen y harán uso de una lengua, la cual, de modo explícito, directo y sin ambages, refiere a una determinada sociedad.

Por otro lado, la literatura social o realista olvida a veces que, si bien la literatura es expresión del tejido social, también es el arte de la palabra. ¿Qué vale una novela llena de denuncias a crímenes de lessa humanidad si dicha novela tiene una técnica ingenua o una prosa torpe? Si lo que únicamente se quiere es denunciar problemas sociales, es mejor escribir libros de sociología, antropología, filosofía o de otras ramas del conocimiento humano.

Y en fin, ¿qué es la literatura para mí? La literatura es palabra, y la palabra siempre es humanidad. Y a esa palabra se le debe hacer brotar luz para que sea buena literatura.

Así de sencillo y difícil es la literatura. Como todo lo bello en el mundo, la literatura también es paradójica.

¿He logrado que brote luz de las palabras de mi novela? No lo sé. Eso ustedes lo dirán. Ustedes juzgarán; y, por favor, háganlo sin dudar, con adjetivos calificativos o descalificativos, con aplausos o pifias, tomates e insultos. Si lo desean, asesinen a mi novela; háganle una autopsia. Quizás (y repito: quizás) dentro de ella encontrarán una sombra, y, como todos sabemos, una sombra siempre está hablando de una lejana luz.

¿De qué trata la novela? Pues de la vida dentro de un colegio, durante unos años indeterminados, en una ciudad y en un país que no son ni Lima ni el Perú.

En la ciudad donde ocurre la novela, hay una guerra, pero los hechos de ella no son objeto de la narración. La narración se centra en otra guerra, una muy pequeña que ocurre dentro de la que ensombrece la ciudad. Esta pequeña guerra tiene como campo de batalla un colegio llamado San Agusto.

En el San Agusto, que no es ningún colegio de Lima ni de otra parte del Perú, la guerra no tiene bandos: todos son víctimas y victimarios a la vez.

En este escenario, que no fue mejor ni peor que otros escenarios en el mismo contexto, tres personajes se reúnen para perpetrar un acto de libertad. Dichos personajes son Él, el Amigo Talentoso y el Andino Profundo (sí, así son sus nombres, puesto que, como ya lo he señalado, los hechos ocurren en una realidad distinta a la nuestra). Y acá hay un detalle que se debe subrayar: estos personajes no se reúnen a causa del azar, sino gracias a la transparente amistad de la heroína de la novela: la Buena Amiga.

Estos tres personajes, en medio del caos de la violencia de los extremismos, violencia que proviene de las izquierdas agresivas y de las derechas igualmente agresivas, del racismo más descarnado y de la soberbia del poder; este trío de adolescentes, decía, en medio de semejante vértigo de podredumbre, toma un arma sui generis para conseguir su liberad. Y esa arma es la palabra.

Así, para socavar las bases del San Agusto, confeccionan un pasquín, lo firman con sus nombres y lo distribuyen entre sus compañeros. El pasquín incluye burlas, reflexiones y cuestionamientos propios de adolescentes alborotados, propios de adolescentes que adolecen debido a su entorno, adolescentes parecidos al pequeño o gran adolescente que cada uno de nosotros lleva dentro.

El pasquín trae consecuencias. ¿Cuáles son ellas? Pues ustedes las descubrirán leyendo el libro o, por lo menos, viendo su versión cinematográfica (si es que algún director disparatado e ingenuo se anima a realizar una versión cinematográfica).

Y bueno, como diría Porky Pig o, a veces, Bugs Bunny, esto es to, esto es to, esto es todo, amigos; o por lo menos esto es todo (en un muy resumido resumen) sobre la novela y mi visión de la literatura.

Ahora les cedo la palabra a las dos personas que me acompañan, las cuales no están aquí de modo casual.

Mi idea ha sido hacer de esta actividad una actividad multidisciplinaria, pues ninguna expresión humana (sea científica, humanista, artística o etc., etc., etc.) puede crecer en contenido e importancia si no se abre a otras expresiones humanas. Por ello, en este momento nos encontramos en el anfiteatro Armando Zolezzi, de la facultad de Derecho, que es la facultad de la cual soy bachiller; y por el mismo motivo, a mi costado tengo al profesor Carlos Ramos, que es abogado, pero también es miembro de número de la Academia Peruana de Historia y uno de los principales gestores en el Perú de subrayar los vínculos entre el derecho y la literatura; vínculos que son muy importantes, pues la literatura le hace recordar al derecho aquello que ha olvidado: que el sentido del derecho es la búsqueda de la Justicia; y por el mismo motivo, por la idea de lo multidisciplinario, tengo a mi otro costado al exitoso empresario y gran artista conceptual José Javier Castro, gestor de la primera instalación sonora en un espacio público del país, allá por el año 2000; fueron 168 horas de música original continua, música que envolvió el parque Central de Miraflores a lo largo del proyecto que se denominó Park – O – Bahn; además, José Javier es conocido en el mundo del rock por su grupo denominado El Aire, grupo de rock que trazó ese álbum ahora mitológico denominado también El Aire, y que fue responsable del único álbum triple (vale decir, un box set de tres discos) publicado en este país.

Y bueno, comencé diciendo que detesto las jerarquizaciones a la que nos obliga el lenguaje y las que levantan los méritos académicos, artísticos, deportivos o etc., etc., etc. Lejos de mí está el propósito de trazar una regla que mida la pretendida superioridad de determinadas personas sobre otras. Puesto que los logros de las personas que me acompañan (el profesor Carlos Ramos y el artista José Javier Castro) son igual de importantes que los diferentes logros de cada uno de ustedes, siempre y cuando dichos logros no hayan sido el resultado de una motivación egoísta o pérfida.

Por ello, luego de que hablemos nosotros tres, los que estamos sentados en esta mesa, hablarán ustedes. Recordemos que es justamente debido a que las palabras se dicen una detrás de otra que el ser humano puede dialogar y superar sus diferencias. Las palabras, les decía al principio, generan frustración a veces porque no se pueden decir varias a la vez. Pero decirlas una por una nos permite consensos; es decir, nos hace humanos. Paradójico, ¿no? Quizás, por ende, también bello.

Gracias.



Las imágenes que acompañan al texto son las siguientes: la primera es la tapa con la que se publicó la novela; la segunda es la tapa que yo mismo diseñé pero la editorial no quiso emplear (y el diseño lo hice con una idea base, pero siguiendo las sugerencias de muchos amigos); la tercera es el bono de pre publicación que vendí a tirios y troyanos para terminar de reunir el dinero que me cobró la editorial para publicar; lástima que el día de la presentación, por un problema técnico (mi cámara digital se encaprichó y dijo: hoy no funciono), no pude tomar ninguna foto y la que los pocos asistentes tomaron hasta ahora no han llegado a mí (¡¡por favor, si alguien tuviera la amabilidad de alcanzarme esas fotos!!); y, por último, la cuarta imagen, que parece inexplicable, narra hechos muy claros: a los pocos días de la presentación, viajé al Cusco, a la casa vacía de unos familiares; allí pasé una semana solo sin poder comer (la garganta inflamada me lo impedía), me visitó mi amigo Germán, nos perdimos en la noche de los andes a más de 4 mil metros de altura (les juro que se siente menos frío durmiendo dentro de un refrigerador), la presión atmósferica perforó uno de mis tímpano, regresé a Lima por avión con la oreja sangrando y sin anestesia (sí, fue muy doloroso, pero no me quejo: me divirtió mucho la cara de terror del señor desconocido que viajó a mi costado), en Lima me dieron antibióticos pero se me infectó el oído interno, me dio la graciosa laberintitis por dos semanas (que consiste en que quieres llegar a un punto, pero tus piernas te llevan a otro, ¿no les parece gracioso? A mí sí, yo me la pasé matándome de risa), a los dos meses mi tímpano cicatrizó y se cerró sin necesidad de cirugía (el médico me dijo: ahora escuchas mejor antes, de modo que puedes dedicarte también a la música. Saben: estoy empezando a considerar las palabras de mi médico); y, finalmente, a lo largo de todo este descalabro doloroso, divertido, gracioso y (en realidad para mí) placentero, dibujé y terminé otra novela: una que se titula El Amor Sabe a Sábila, y es una novela gráfica breve de la cual escribí el guión e hice los dibujos. Ya restablecido por completo, a las pocas semanas gané un premio de poesía. De algo estoy seguro: la vida sí paga.

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