martes, 10 de enero de 2012

Quizá no sea tan mala la SOPA

Por: Julio Meza Díaz

Es probable que me esté metiendo en camisa de once varas. No sé mucho sobre tecnología, desconozco los detalles legales implicados en el tema, y la información que manejo proviene de periódicos y revistas con una marcada perspectiva política. Sin embargo, no creo que mi aporte sea del todo desdeñable.

Como bien se sabe, la ley SOPA regiría en jurisdicción norteamericana pero afectaría al mundo entero, pues la mayor parte de la infraestructura vinculada a la red se encuentra en EE.UU. La pregunta es: ¿podrá una ley cambiar la realidad? ¿Las leyes contra el comercio de drogas han podido detener su consumo? No. Una ley no es una varita mágica que, de pronto, vuelve una calabaza en carruaje de lujo.

Estados Unidos está atravesando una crisis económica tan grave que, en la actualidad, su poderío es casi únicamente militar. Nuevas potencias, como Rusia, China, India y Brasil, brillan ahora en términos monetarios y también en generación de tecnologías. Si la ley SOPA se aplicara en EE.UU., las herramientas físicas que requiere la web serán elaboradas en otros países como los mencionados. Es más, empresas como Google, Yahoo! o Facebook simplemente cruzarán la frontera en busca de mejores espacios legales. Para continuar con sus negocios, se llevarán consigo sus capitales y conocimientos. Esto producirá la aparición de distintos focos de desarrollo tecnológico. Y, sobre todo, se asegurará el intercambio gratuito de información, pues ya no dependeremos de la arbitrariedad de unos pocos.  
           
De otro lado, este panorama posibilitará aplicar medidas que los legisladores de EE.UU. han rechazado ciegamente. Por ejemplo, las que se emplean en Canadá, en donde es legal descargar canciones y, en compensación, a favor de los músicos y casas discográficas, “se ha creado un impuesto de 25 dólares sobre los aparatos grabadores y reproductores de MP3 y iPods”.[1] O las que se dan en algunos países europeos, en los que “las videograbadoras pagan un impuesto (que es trasladado por las tiendas al consumidor) que va a un fondo de la misma naturaleza y destino que el canadiense”.[2]

Desde mi perspectiva, si se impone la ley SOPA, el más perjudicado sería EE.UU., pues su población no solo perdería puestos de trabajo (que últimamente no les sobra), sino además sería la única que sufriría los efectos de una norma que restringe de modo violento la libertad de expresión. Esto incrementaría el número de indignados y hundiría más un sistema que parece estar soltando sus últimos y desesperados manotazos de ahogado.      

Lo repito: quizá (y solo quizá) la SOPA no sea tan mala.




[1] DURANT, Alberto. ¿Dónde está el pirata? Lima: Edición del autor, 2009. Pág. 40.
[2] Íbid.