jueves, 27 de octubre de 2011

¿Por qué hay tantos homosexuales entre los historiadores limeños de la clase alta?

Por Julio Meza Díaz

A Renzo Honores y Miguel Ángel del Castillo, excelentes historiadores y mejores amigos.

Estoy de acuerdo: esta es una pregunta que podría ser leída con cierto contenido homofóbico. Sin embargo, el texto que la precede tratará de ir más allá de los límites de un título llamativo y provocador.

Lo confieso: mi vida ha estado atravesada por experiencias del todo machistas. Estudié en un colegio de hombres en el cual o te imponías mediante la fuerza o la pendejada, o eras víctima de las más crueles vejaciones. Solo tengo hermanos; de modo que las sobremesas y reuniones siempre están sazonadas con groserías y comentarios políticamente incorrectos. Y cuando estuve en la facultad de Derecho, el único tema que despertó mi interés fue el Derecho Penal y, por este motivo, hice mi sesigra en el Ministerio Público. De modo que ni yo mismo entiendo de dónde nació mi sensibilidad para la narrativa y, cosa más rara aún, para la poesía.

Deteniéndose en este contexto, no creo que a alguien le resulte extraña mi siguiente confesión: hasta los veintitrés años, más o menos, no pude ver con comodidad a dos hombres besándose. Fue gracias a la lectura de textos sobre sexualidad y género, a mi amistad con homosexuales y lesbianas, y a algunos espacios de verdadera libertad en la PUCP, que aprendí no solo a tolerar, sino sobre todo a respetar a los miembros de la comunidad LGTB.

Sin embargo, y esto lo digo con vergüenza, veintitrés años de educación machista no se borran de la noche a la mañana. Así que, a veces, me sorprenden algunas situaciones. Por ejemplo, la que implica el título de este texto.

Debido a la realización de mi tesis, he tenido que conocer a muchos historiadores. Algunos se han convertido en mis amigos; otros hasta me han dado trabajo; y muchos me han desconcertado por sus modos huachafos y su adicción al prestigio y el poder.

Y es sobre estos últimos que trazo estas palabras.

La tendencia que los unifica es muy conocida en el ámbito académico. No obstante, acá la detallaré brevemente por amabilidad al lector que desconoce este mundillo. Estos historiadores conforman un reducto de elitismo intelectual, exhiben un bobalicón sentido de aristocracia y postulan un rancio conservadurismo político. Estas particularidades son criticables, por supuesto; pero lo que más llama mi atención es su sucia doble moral. Casi todos ellos tienen vínculos con el ala dura de la iglesia católica, se llenan la boca de una ética rigurosa que defiende la familia tradicional y “los valores cristianos”, y hasta se manifiestan abiertamente homofóbicos.

Sin embargo, son homosexuales.

Y aquí cabe mi pregunta: ¿por qué hay tantos homosexuales entre los historiadores limeños de la clase alta?

La hipótesis del corsé
No soy sociólogo ni politólogo. Tampoco psicólogo ni antropólogo. A lo mucho me declaro como un bachiller que procura convertirse en tinterillo con licenciatura, un escribidor con más oficio que talento, y un devoto de la obra de Chuck Jones. También soy algo más: soy de los que saben que poner juntas tantas palabras que terminan en “logo” afean un texto, y sin embargo eso me importa un perejil.

Ahora bien, señalo mis limitaciones por un simple motivo. Solo he podido lograr responder a la pregunta que anima este texto mediante la descripción de una imagen. Quizás los especialistas puedan proporcionar un marco teórico adecuado para este objeto de estudio. Quizás puedan levantar argumentaciones sesudas y atendibles. Por lo pronto, mientras espero que eso suceda, me aventuraré a presentar mi hipótesis, la cual he denominado La Hipótesis del Corsé.      

Para los historiadores a los cuales me refiero, el estudio de la historia conlleva en sí mismo un refinamiento semejante a un corsé femenino. Así, tras sus ternos de fino paño y sus camisas de marca europea, llevan pegado a la piel una maquinaria de telas y elásticos que los aprietan y reducen. Poco a poco, a medida en que se adentran en bibliotecas y textos antiquísimos, este corsé va ajustándolos cada vez más, obligándolos a expulsar en forma de oxígeno cada uno de los elementos que constituyen su masculinidad. Pasados los años (o tan solo los meses o días), este corsé les aprieta tanto que el último hálito de masculinidad se les escapa de los pulmones a manera de un delicado gemido.

Por supuesto, esto no impide que, por ejemplo, sigan comulgando los domingos y que renieguen públicamente de la ordenanza municipal contra la discriminación sexual.

¿Conclusiones?
Primero, de haberlos ofendido, pido disculpas a mis amigos y amigas de la comunidad LGTB. Les ruego tomar esto como lo que es: una humorada sobre gente dizque importante.  

Luego, una recomendación para los jóvenes historiadores. Si de pronto sienten la presencia del mencionado corsé, saquen fuerzas de donde no las tienen. Y, en vez de dejar salir el oxígeno de sus pulmones, griten el muy contemporáneo grito de reivindicación existencial: ¡¡¡¡FUUUUUUUUUAAAAAA!!!! (1) 

  
(1) Para aquellos que no conocieran la doctrina del FUA, los invito a contemplar este video: http://www.youtube.com/watch?v=SWOz-kIwDuU